viernes, 25 de octubre de 2013

EL CASTAÑO


Cristopher Falcman


 
Recuerdo un espantapájaros chillando
en un campo desolado.
Recuerdo su voz afilada por la Luna
y su mirada ausente
sobre los cristales vacíos del invierno.
Recuerdo que hablaba de hambre y de guerra.

Me sentaba a los pies del castaño y observaba.
Sus ropas se agitaban con el viento y él
oscilaba como si quisiera salir corriendo.
El viento era un viejo seco y áspero con prisa
arrastrado sin piedad por fuerzas planetarias
y él siempre chillaba
sin conseguir desgajarse de la tierra.

Mis padres y mis abuelos, mis hermanas y hermanos,
todos los vecinos del pueblo
podían ver al desdichado
tan bien como yo le veía.
Pero no parecían hacerle caso.
Recuerdo que hablaba de hambre y de guerra.

Los únicos que le oyeron fueron los pájaros.

Yo me sentaba a los pies del castaño y observaba
rodar el mundo y un día
los vi marchar cruzando el cielo
como si algo que hubieran visto a sus pies les asustara.

Los hombres permanecieron aquí
sin ver nada,
esclavos e indolentes
como siempre
andando alucinados por su propio movimiento
¡ andando sin moverse !
demasiado ocupados como para evitar cumplir
sus profecías.

martes, 15 de octubre de 2013

EN BOSNIA LAS FOTOS NO SONRÍEN


Ernst Haas, 1947. German prisoners of war (pow) return to Austria.








 
No te vi cuando tu voluntad humana tenía pies de barro
y crujía por el páramo erizado de cruces y lápidas.

No te vi cuando el dedo hueco
oculto y cobarde
bufaba hacia tu carne una avispa de plomo
ignorante del funesto peso de su hambre.

Te vi cuando yacías
con un gran ojo que miraba cara a cara a la muerte
y por el que se había abierto en tu aliento
una gran vía imparable de vida fugitiva
o de tierra entrante.

Te vi cuando la expresión de tu rostro ya no se sostenía,
cuando te recogías
y cuando la mujer que en sus brazos te tenía
gritaba pidiendo ayuda con sus ojos anegados de lágrimas y rabia,
gritaba que pararan el mundo
mientras ella te apretaba intentando parar tu sangre.
Te vi cuando tu tiempo ya era rojo y te cubría por fuera
en vez de sostenerte por dentro,
cuando tú no podías oírla
y yo tan sólo podía mirarte.


No te vi más que como imagen o sueño en una foto,
ínfimo eco de toda tu historia, perdidas tus palabras
y tus sueños en un vasto silencio a tus espaldas,
cuando apenas emergías ya en tu rostro
más que como una mera sombra sin aliento.
No te vi cuando eras niño (aunque me consta que lo fuiste)
y jugabas,
ni ayer cuando soñabas.
Jamás te veremos sonreír
ni veremos los días ni los hijos
a los que habrías dado vida
(aunque sonreír
me consta que sonreíste).

viernes, 11 de octubre de 2013

HAY HOMBRES


Adis Smajic - Fotografía: Gervasio Sánchez


 
Hay hombres que hablan por un sueño,
hombres que sudan sangre por la ignorancia mortal de sus hermanos,
hombres que comprenden el odio,
pero que no son comprendidos por el odio.

Amigo, te recuerdo hablando en medio de la calle
a gentes que te daban la espalda. Sólo las ventanas de las casas
te miraban, pero detrás no había ojos que pudieran ver lo que decías.
Recuerdo tu voz inútil por encima de los muros del odio,
el agua mortal de las ciudades
pudriendo cirios en tus sienes.

Amigo, te recuerdo hablando en medio del tifón de asco y de sangre,
intentando armonizar el mundo
cuando el mundo era una jauría de muertos
en la que todos se dejaban llevar a la deriva.

Amigo, fiel servidor del sueño, recuerdo tu voz
alejándose calle abajo sin que nadie la retuviera,
perdiéndose
por un túnel negro garganta del silencio.
Recuerdo la urbe acogiéndote en su seno hostil:

tenías la misma voz que un grillo enredado
en zarzales huraños
llamando a la compasión cuando ya todos
habían sufrido el primer muerto.

Porque hay hombres que hablan por un sueño,
hombres que levantan los puños y piden la palabra
cuando todos los demás hunden los hombros
absorbidos por el odio.

Porque hay hombres que hablan por un sueño
y no se rinden ni en el destierro
de las ciudades tomadas por un eclipse de musgo,

porque hay hombres que hablan por un sueño
hombres francos que no tienen secretos ni ante los espejos
y son capaces de gritar su vida entera por una utopía
sin rendirse jamás ni ante miles de hienas
que lamen sus pies y muestran un rostro humano,

y porque hay otros hombres inflados por el odio
como los ahogados en un fétido pantano,
hay también balas y obuses que sin ni siquiera estar vivos
pueden acabar con un sueño sublime
y transmutar los cuerpos
en flores rojas sobre asfalto
embadurnado con un alba triste.

lunes, 7 de octubre de 2013

HAY UN NIÑO



Annie Leibovitz - sitio de Sarajevo


 
Hay un niño muerto por error
tendido en el asfalto
que insiste paciente en manchar de rojo
la historia celeste de los que le han silenciado.


Un hombre inconcluso
derrama sueños por su costado


nuez quebrada a mazazos de plomo
sobre la que trotan caballos
y pacen ovejas


pequeño montón de ausencia
ejerciendo la misma presión planetaria
que muta carbón en diamante.


La muerte iguala todos los colores de los sueños
en el único color de la sangre.
El azul se deja para el cierzo y la guadaña.


Astillando a hachazos la inmovilidad del aire
hay una niña ciega erguida sobre las ruinas
de la tierna locura,


ciega porque no conoce su estómago una sola letra
en la que pudiera escribirse su hambre,


astillando a hachazos el trasto viejo de lo quieto
ciega y descalza


y erguida
erguida sobre su propia garganta despellejada
de tanto gritar


y gritar que nosotros tenemos la razón,
ellos
el dinero.

domingo, 6 de octubre de 2013

BOMBARDEO


James Nachtwey, Bosnia, 1993.

 
Caían colmenas estrujadas
zumbando amarillo y negro
caían esponjas vomitando
aguijones, temblor y lanzas

caían martillazos sobre pétalos y golpes
contra pechos como yunques
caían colmenas estrujadas
de farolas y cornisas
explotando corazones
y el orín de los patos
inundaba bocas y gritos
y enterraba a las últimas reinas
en charcos de lodo
brotando en cada esquina.

Un millón de vacas se ha posado en las praderas de asfalto
y muge antes del tiro de gracia
pidiendo a oscuros gorriones que miren a otro lado.
No son reunión apacible sobre árboles y cornisas, son ojos lejanos
espectadores ausentes mirando escenarios ajenos,
testigos inmunes al millón
de mugidos y de colmenas
y a salvo de cascadas de hormigón y de aceleradas
lluvias torrenciales de verdugos explosivos.
Mugidos entre fugaces rosas de fuego
y rumiantes florecientes entre cascotes y llamas
tienen sus ojos ignorados llenos de minerales
y dinamita.

El aire hoy es una noria
que va tirando piedras y el suelo es viento y ceniza
sobre la espalda de un millar de rinocerontes
a la carga por las alcantarillas.
Mamá estaba destinada a ser una alfombra entre tantas otras.
Los elefantes del Apocalipsis pisan su espalda inmóvil
y desentierran porcelanas y diamantes
de los baúles fuentes de palabras.

Una salamandra histérica
amarilla y negra
camina de portal en portal calle abajo,
mientras agita la cola ahuyentando a las moscas,
ahuyentando a las mujeres,
ahuyentando a todos,
a relámpagos y hembras que abren la puerta
de sus casas al oír las trompetas de los elefantes
y las porcelanas rotas y las moscas cebadas
sobre montones de estiércol.

Los barrenderos aplacan el hambre de las moscas
rebuscando con las escobas entre adoquines voladores,
escarbando entre las cejas de las estatuas troceadas,
preguntando a los escarabajos si tienen cejas.
Se bajan los pantalones para embadurnarse
con ceniza el rostro y los genitales
gritando incoherencias a los grillos que cantan
entre latas de sardinas vacías y piedras de aire.
Cuando hablamos con ella no lo sabíamos,
pero mamá estaba destinada a ser una alfombra
sobre adoquines rojos, entre tantas otras.
Porque los basureros esculpen becerros
con latas de sardinas vacías y acuerdan igualar el futuro
de madres, de grillos y de hijos que dicen no
con el de moscas y alfombras, no lo sabíamos
pero mamá y papá
amigos y grillos
reinas y cuadernos
dibujos y sandalias
bastones y lápices
escobas y peines
libros y peluches
sonajeros y relojes
armarios y cristales
diccionarios y sillas
diademas y pendientes
televisores y cerillas
cortaúñas y mondadientes
biberones y gafas
platos y tenedores
pantalones y corbatas
calzoncillos y cucharas
botones y cazuelas
almohadas y sábanas
sofás y marañas
estaban destinados
a ser alfombras de silencio
sobre adoquines rojos.

Hoy las alfombras cubren todas las calles
y las calles llegan hasta el mar,
hasta una playa que olvida
el nombre de cada uno de sus granos de arena.

Hoy el aire es una noria que va tirando piedras
y el óxido rezuma de las axilas de los puentes
mientras una salamandra eléctrica se pierde calle abajo
ahuyentando con su cola a mascotas y a madres,
llamando histérica con las trompetas de los elefantes
a ejércitos de ácido y saliva sobre las rodillas de las ranas
y de los niños y de los hombres que estaban destinados
a ser alfombras de silencio
sobre los adoquines rojos de las calles.

miércoles, 2 de octubre de 2013

ESTA TARDE LOS MUERTOS





 
Esta tarde los muertos estuvieron vomitando sangre durante horas.
Yo les sujetaba la frente con uno de mis brazos mientras con el otro les rodeaba los hombros.
Intentaba ayudarles, mitigar su dolor, pero las arcadas
eran tan intensas que algunos se deshacían mientras yo les sostenía
como si hubiera apretado demasiado fuerte un odre
deteriorado lleno de sangre.
Cuando se apagó el día y se hizo la calma y quedamos todos atrapados
en el calabozo de la noche, estaba empapado de sangre
y calado hasta los huesos intenté marchar raudo hacia mi casa.
Pero mis pies apenas podían moverse entre los cadáveres. Caminaba lentamente,
sin mano o luz alguna que me guiara, a veces tropezaba
y aplastaba carne sumida ya en un pozo de silencio, otras veces
me abría paso a nado contra mareas de resina sin nombre propio que las calmara.
Medio erguido y temblando, de rodillas,
a rastras, escalando siempre
la garganta de la urbe. Andaba con los ojos muy abiertos,
pero no porque en la calma hubiera nada que me impresionara,
sino porque durante el día habían tenido que ensancharse para poder tragar
puños de hierro que venían chillando desde el cielo,
aullando histéricos lo fácil que es emigrar a la nada y lo ridícula que es el asa
con que nos sujeta la vida.
La piel se me caía a tiras, la sujetaba como podía,
y tenía frío como no lo había tenido nunca, pero
seguía caminando y tropezando y tiritando
andando por una ciudad inmóvil y a oscuras que parecía
querer esconderse
en sus alcantarillas.


Cuando por fin llegué a casa
mis hijos estaban acostados y mi mujer
me esperaba sentada ante una vela apagada. Su evocación de la luz
y los ojos de mi esposa quemados por las lágrimas
fijos en el vacío iluminaron mi recibimiento.
Le expliqué que no había podido traer pan
porque había estallado un obús y el pan había quedado sepultado
junto al panadero, bajo un montón de escombros y vecinos.
Le dije que agua sí teníamos y que ya pasaríamos hasta mañana,
pero no pareció oírme.
Cuando la toqué, sintió un escalofrío y se echó a llorar.
Entonces comprendí que yo también estaba entre los muertos.


domingo, 29 de septiembre de 2013

EL PASEO





 
No tenías aliento sino cuchillos clavados en tu pecho
cuando la muerte por fin se aparecía detrás de ti a tus espaldas
y no se escondía delante agazapada
en un rincón desconocido de un futuro incierto


y no tenías cuchillos sino mandíbulas que se hundían hacia dentro
buscando tu corazón hasta dejarte sin aliento.


Corrías.
Corrías tan de prisa que por momentos
parecías salirte de ti mismo,
de tu cuerpo hacia el horizonte, porque corrías roto
y descompuesto y sin aliento
corrías
con cuchillos en el pecho y sabor
a sangre en la boca
corrías,
querías saltar ya de una vez hacia fuera, hacia lo lejos
y confundirte ya con el horizonte,
con la utopía de libertad y tolerancia con que te habías comprometido.


Pero no corrías. Tú, cuerpo, descarnado aliento y resuello en carne viva,
sueño inconcluso de la fruta, era de promesas, trigo y sinsentido de la carne,
truenos pétreos resuenan a lo lejos y no tienes frío no porque no haya hielo,
no porque no sea helada noche de invierno
ni porque no corte el aire hasta la sangre
sino porque no tienes tiempo, porque casi no tienes vida,
porque eres milagro delicado
y tú, tu cuerpo, descarnado aliento y resuello en carne viva,
cuchillos en el pecho y mandíbulas hacia el corazón, se derrumba aunque siga,
aunque huya, no huye,
que ante las balas está quieto y no corre,
que ante las balas se detiene y se rompe,
que ante las balas no es más que ternura delicada
milagro pusilánime y azúcar quemado sobre piedras.


El plomo clausura con gesto ordenado y parabólico
tres mil millones de años de caos y evolución.


Corrías, querías correr, querías querer correr
y huir tan deprisa que no te vieran, que no te vieran más
que no te vieran ya, que las sombras fueran amables y aliadas y te ocultaran
del odio y del deseo de derramarlo. Pero no tenías aliento,
todo era lastre hacia la tierra y el descanso
y el miedo ya no te empujaba
aunque te destruyera por dentro porque miedo
miedo había a borbotones, a pulmones llenos,
al corazón le golpeaban martillos de miedo y martillos de miedo a martillazos
te metían en una diminuta semilla de fruta
donde giraban comprimidos huracanes y cadenas.


Intentaste escapar pero ellos te vieron (sonreían)
y te alcanzaron
con balas primero y luego con sus botas, a pesar de haber corrido
a pesar de que querías la paz (y la paz acabó contigo),
a pesar de que todos teníais palabras y hablabais (porque podías hablar
te entregaron al silencio), a pesar de conocerte alguno de ellos (vecinos)
y a pesar de tardes compartidas y esperanzas y miedos,


a pesar de los cuchillos en el pecho, las mandíbulas hacia el corazón,
los arbustos arañándote y las sombras engulléndote,
a pesar del hielo en la cara y del sabor a sangre en la boca,
acabaste echando lastre (sangre)
hacia la tierra cuando el mundo saltaba hacia ti
a devorarte como una bestia hambrienta con un cuerpo planetario
y un estómago grande como el tiempo.


Corriste hasta que se te llenó la boca de barro y no de sangre
y se rellenó todo tu aliento con tierra y tus ojos se cerraron.
¡Los cerraron!
Tú querías seguir abierto, abierto al mundo,
a todo el mundo, y lo pagaste con tu vida cuando te mataron
como a un perro muerto ya de miedo (eras humano) y cuando tú querías
seguir abierto hablando a todo el mundo y gritando: “Tirad lastre,
tirad lastre, tirad lastre, tirad lastre,
vaciad vuestra cabeza de colores y de respuestas,
de palabras decisivas y de fronteras, vaciad vuestra cabeza
de trapos con sentido y de himnos y de respuestas y líneas,
que si las preguntas son lo que nos une y hace iguales,
creernos las respuestas es lo que nos separa!”
Y aquella noche corriste:
era ese el único camino, huir hacia tu muerte mirando fijamente aún al horizonte
como si el horizonte aún te hablara,
como si aún tuviera cosas que decirte
mientras ibas tirando lastre (sangre)
hacia la tierra oscura, ciega, sorda y muda.


La noche no iba de sueño sino de cristales rotos.
Fue el estrépito del vidrio lo primero en quebrar tu sueño,
luego te levantaste de un salto y tu amiga te empujaba
(en el piso de abajo los oías, borrachos algunos,
vamos a dar un paseo, decían otros)


y entró el miedo de repente mientras ella te empujaba
como si la noche hubiera desbordado y tomado por asalto
el cuerpo y el calor que antes se fundía con otro cuerpo.
Ya no erais uno sino dos, porque huíais, y ya no erais, porque huíais
os vestisteis rápido y os besasteis convocando un poder
que destruyera la pesadilla y de nuevo os fundiera
pero el retumbar de sus botas pudo más
que los conjuros del deseo y huisteis sin remedio, sin tiempo:
miedo y aliento a través de una ventana y sobre los tejados.


Saltasteis por la ventana a un tejado,
a otro y luego al suelo
y después cada uno por su lado.


Sin saber cuándo la volverías a ver
oíste a tus espaldas que os habían perdido
y que iban a tirar por el camino
que ella había escogido.
Y entonces fue cuando gritaste.
Era a ti a quien buscaban y sobre ti se abalanzaron
(sobre su presa) dejando el otro camino
para la huida de los inocentes.


¡Ay, si no hubieras gritado...! ¡Ay!
Aliento incólume sobre la putrefacción de la carne, alba de caminos,
vivo entre los muertos y muerto entre muertos
¡Ay, si al menos no hubieras gritado...! ¡Ay!
Calla, te dijeron, calla, te amenazaron y calla insistieron
pero tú hablabas y hablabas, ¿qué ibas a hacer si no,
si no hablar? Semilla que flotaba en un océano de odio creciente e ignorancia
no podías evitar hablar como no pueden evitar brotar las semillas
plantadas en la tierra, brotar continuamente, como una fuente que no cesa
de dar frutos aunque el aire no sea oxígeno sino amenazas.


Hablar era mortal
y además gritaste... ¿y qué ibas a hacer si no,
si no gritar? ¡Ay, si no hubieras gritado!
Aliento contra las piedras y cuchillos en el pecho,
risas (para otros), y odio que no cesa y patadas estando ya en el suelo
y desprecio, aliento contra las piedras y cuchillos en el pecho
(ahora de acero y no de aire)
y un reguero de lastre (sangre) hasta tus pies y en tu camisa.


Piel sobre la tierra y noche a martillazos
¿qué te hicieron? ¿Qué te hicieron el herrero y los vecinos,
los yunques y las gramolas, que no te reconocen más que los gusanos
ni te invoca ya el alba? ¿Qué te hicieron
noche de las jugosas naranjas, visitante forzado de los altares de la baba?
Soltaste lastre a borbotones y sólo acuchillado callas.
¿Qué te hicieron?
Aliento contra las piedras y cuchillos en el pecho,
patadas en los huevos y metal en tus entrañas,
piel sobre la tierra y noche a martillazos,
cuerpo ejecutado y boca abierta al barro,
todo quieto sobre los huertos y calles de silencio
cuando el alba en breve se atreverá contra el costado del mundo
y tú ya no serás de nadie, ni de la luz ni del camino,
ni de un nombre amigo, ni de un nombre amante.
¿Qué te hicieron Lázaro traicionado y amenaza de silencio?
¡¿Qué te hicieron?!


¡Ay, si al menos...
si al menos no hubieras gritado!