No
tenías aliento sino cuchillos clavados en tu pecho
cuando
la muerte por fin se aparecía detrás de ti a tus espaldas
y no
se escondía delante agazapada
en un
rincón desconocido de un futuro incierto
y no
tenías cuchillos sino mandíbulas que se hundían hacia dentro
buscando
tu corazón hasta dejarte sin aliento.
Corrías.
Corrías
tan de prisa que por momentos
parecías
salirte de ti mismo,
de tu
cuerpo hacia el horizonte, porque corrías roto
y
descompuesto y sin aliento
corrías
con
cuchillos en el pecho y sabor
a
sangre en la boca
corrías,
querías
saltar ya de una vez hacia fuera, hacia lo lejos
y
confundirte ya con el horizonte,
con la
utopía de libertad y tolerancia con que te habías comprometido.
Pero
no corrías. Tú, cuerpo, descarnado aliento y resuello en carne
viva,
sueño
inconcluso de la fruta, era de promesas, trigo y sinsentido de la
carne,
truenos
pétreos resuenan a lo lejos y no tienes frío no porque no haya
hielo,
no
porque no sea helada noche de invierno
ni
porque no corte el aire hasta la sangre
sino
porque no tienes tiempo, porque casi no tienes vida,
porque
eres milagro delicado
y tú,
tu cuerpo, descarnado aliento y resuello en carne viva,
cuchillos
en el pecho y mandíbulas hacia el corazón, se derrumba aunque siga,
aunque
huya, no huye,
que
ante las balas está quieto y no corre,
que
ante las balas se detiene y se rompe,
que
ante las balas no es más que ternura delicada
milagro
pusilánime y azúcar quemado sobre piedras.
El plomo clausura
con gesto ordenado y parabólico
tres mil millones
de años de caos y evolución.
Corrías,
querías correr, querías querer correr
y huir
tan deprisa que no te vieran, que no te vieran más
que no
te vieran ya, que las sombras fueran amables y aliadas y te ocultaran
del
odio y del deseo de derramarlo. Pero no tenías aliento,
todo
era lastre hacia la tierra y el descanso
y el
miedo ya no te empujaba
aunque
te destruyera por dentro porque miedo
miedo
había a borbotones, a pulmones llenos,
al
corazón le golpeaban martillos de miedo y martillos de miedo a
martillazos
te
metían en una diminuta semilla de fruta
donde
giraban comprimidos huracanes y cadenas.
Intentaste
escapar pero ellos te vieron (sonreían)
y te
alcanzaron
con
balas primero y luego con sus botas, a pesar de haber corrido
a
pesar de que querías la paz (y la paz acabó contigo),
a
pesar de que todos teníais palabras y hablabais (porque podías
hablar
te
entregaron al silencio), a pesar de conocerte alguno de ellos
(vecinos)
y a
pesar de tardes compartidas y esperanzas y miedos,
a
pesar de los cuchillos en el pecho, las mandíbulas hacia el corazón,
los
arbustos arañándote y las sombras engulléndote,
a
pesar del hielo en la cara y del sabor a sangre en la boca,
acabaste
echando lastre (sangre)
hacia
la tierra cuando el mundo saltaba hacia ti
a
devorarte como una bestia hambrienta con un cuerpo planetario
y un
estómago grande como el tiempo.
Corriste
hasta que se te llenó la boca de barro y no de sangre
y se
rellenó todo tu aliento con tierra y tus ojos se cerraron.
¡Los
cerraron!
Tú
querías seguir abierto, abierto al mundo,
a todo
el mundo, y lo pagaste con tu vida cuando te mataron
como a
un perro muerto ya de miedo (eras humano) y cuando tú querías
seguir
abierto hablando a todo el mundo y gritando: “Tirad lastre,
tirad
lastre, tirad lastre, tirad lastre,
vaciad
vuestra cabeza de colores y de respuestas,
de
palabras decisivas y de fronteras, vaciad vuestra cabeza
de
trapos con sentido y de himnos y de respuestas y líneas,
que si
las preguntas son lo que nos une y hace iguales,
creernos
las respuestas es lo que nos separa!”
Y
aquella noche corriste:
era
ese el único camino, huir hacia tu muerte mirando fijamente aún al
horizonte
como
si el horizonte aún te hablara,
como
si aún tuviera cosas que decirte
mientras
ibas tirando lastre (sangre)
hacia
la tierra oscura, ciega, sorda y muda.
La
noche no iba de sueño sino de cristales rotos.
Fue el
estrépito del vidrio lo primero en quebrar tu sueño,
luego
te levantaste de un salto y tu amiga te empujaba
(en el
piso de abajo los oías, borrachos algunos,
vamos
a dar un paseo, decían otros)
y entró el miedo
de repente mientras ella te empujaba
como si la noche
hubiera desbordado y tomado por asalto
el cuerpo y el
calor que antes se fundía con otro cuerpo.
Ya no erais uno
sino dos, porque huíais, y ya no erais, porque huíais
os vestisteis
rápido y os besasteis convocando un poder
que destruyera la
pesadilla y de nuevo os fundiera
pero el retumbar de
sus botas pudo más
que los conjuros
del deseo y huisteis sin remedio, sin tiempo:
miedo y aliento a
través de una ventana y sobre los tejados.
Saltasteis por la
ventana a un tejado,
a otro y luego al
suelo
y después cada uno
por su lado.
Sin saber cuándo
la volverías a ver
oíste a tus
espaldas que os habían perdido
y que iban a tirar
por el camino
que ella había
escogido.
Y entonces fue
cuando gritaste.
Era a ti a quien
buscaban y sobre ti se abalanzaron
(sobre su presa)
dejando el otro camino
para la huida de
los inocentes.
¡Ay, si no
hubieras gritado...! ¡Ay!
Aliento incólume
sobre la putrefacción de la carne, alba de caminos,
vivo entre los
muertos y muerto entre muertos
¡Ay, si al menos
no hubieras gritado...! ¡Ay!
Calla, te dijeron,
calla, te amenazaron y calla insistieron
pero tú hablabas y
hablabas, ¿qué ibas a hacer si no,
si no hablar?
Semilla que flotaba en un océano de odio creciente e ignorancia
no podías evitar
hablar como no pueden evitar brotar las semillas
plantadas en la
tierra, brotar continuamente, como una fuente que no cesa
de dar frutos
aunque el aire no sea oxígeno sino amenazas.
Hablar era mortal
y además
gritaste... ¿y qué ibas a hacer si no,
si no gritar? ¡Ay,
si no hubieras gritado!
Aliento contra las
piedras y cuchillos en el pecho,
risas (para otros),
y odio que no cesa y patadas estando ya en el suelo
y desprecio,
aliento contra las piedras y cuchillos en el pecho
(ahora de acero y
no de aire)
y un reguero de
lastre (sangre) hasta tus pies y en tu camisa.
Piel sobre la
tierra y noche a martillazos
¿qué te hicieron?
¿Qué te hicieron el herrero y los vecinos,
los yunques y las
gramolas, que no te reconocen más que los gusanos
ni te invoca ya el
alba? ¿Qué te hicieron
noche de las
jugosas naranjas, visitante forzado de los altares de la baba?
Soltaste lastre a
borbotones y sólo acuchillado callas.
¿Qué te hicieron?
Aliento contra las
piedras y cuchillos en el pecho,
patadas en los
huevos y metal en tus entrañas,
piel sobre la
tierra y noche a martillazos,
cuerpo ejecutado y
boca abierta al barro,
todo quieto sobre
los huertos y calles de silencio
cuando el alba en
breve se atreverá contra el costado del mundo
y tú ya no serás
de nadie, ni de la luz ni del camino,
ni de un nombre
amigo, ni de un nombre amante.
¿Qué te hicieron
Lázaro traicionado y amenaza de silencio?
¡¿Qué te
hicieron?!
¡Ay, si al
menos...
si al menos no
hubieras gritado!